Tuesday, December 19, 2006

El chonuco

Que levanten la mano los que saben lo que es un chonuco. A ver,... ¿nadie? Yo no lo sabía hasta hace apenas unas horas. Qué palabra más bonita. Es una palabra venida de Cantabria para quedarse. Yo la he adoptado como quien adopta a un perro, a una zarigüeya o a tito Rober, con cariño, emoción y orgullo. Y significa, y por eso me gusta más, lechón, o cerdo pequeño. Y bien sabida mi afición y bautizo como lechón, cuadra muy bien con mi actual (y para siempre) pertenencia al grupo patanegra, ya que no aspiro a ser uno de ellos, si no un mero humilde y esforzado aprendiz.

Mientras en la frontera de Pittsburgh con el resto del Universo, es decir, en mi lab, se palpa la Navidad, sobre todo con la maravillosa ausencia de ventanas, que me hace adquirir complejo de topo, de presidiario, de goblin (los banqueros de Gringotts en Harry Potter) y de Conde Drácula a las tres de la tarde. Aunque las Navidades no son por algo externo, materialista que se tenga que lucir cual peluco o reloj de Lotus. No. Las navidades son el Corte Inglés. Eso es lo que hace de la Navidad lo que es, y sólo lo sé ahora, que estoy pasando esta época del año por los Estados Unidos.

Puedes tener árbol, guirnaldas, incluso nacimiento, turrones, polvorones, y la cesta de Navidad del trabajo, que no conozco ninguna casa donde se coman todo lo que viene en la dichosa cesta. Lo que hace al rey es su corona (o por lo menos que Juancar aparezca en las monedas de un euro y en los sellos), a Fernando Alonso su monoplaza, a José Luís Moreno su Monchito, Macario, y sobre todo Rockefeller, y a las Christmas, el Navajazo Anglosajón o Corte Inglés.

Es por eso que os quería contar un cuento.

Había una vez un hombrecillo que vivía en una ciudad atlántica, vieja, sabia y hermosa. Su infancia había discurrido por sus calles, sus carnavales, sus fiestas de verano, su lluvia, y sus barcos. En sus venas se podía adivinar el poso que dejan los años vividos en la tierra de los celtas, haciendo de él alguien alegre pero a la vez triste, guapo, pero a la vez tímido, optimista, pero a la vez condenado a ver las nubes antes que el sol.

Esa dualidad, esas dos caras que hacían de él un Jano del siglo XXI, lo hacían interesante a los ojos de cualquier persona que lo quisiera apreciar. La amabilidad, bondad y paciencia de este hombre hacían que cualquiera en el mundo pudiese sentir esas cualidades, vivirlas, hacerlas propias.

-Me llamo Alejandro.

Era sólo un farol, pues a los ojos de sus conocidos y amigos acabó siendo el eterno Tracio, o Tararcio, según otros autores. El corazón de este hombre era de un tamaño que permitía sentir el calor cuando estabas con él. Ese calor que solo se siente en ciertos momentos, que nos hace olvidar la brutalidad de este mundo por el que nos movemos a diario. Ese calor que según Arturo Pérez Reverte sólo se siente en los brazos de la mujer amada, o en casos como este, sentado al lado de un amigo. Y nos hace olvidar el frío que tenemos ahí fuera. En verano y en invierno. El Frío, con mayúsculas, y que nos atormenta desde las tinieblas de los tiempos.

Su vida cambió cuando un joven tahúr le contó una historia que no le dejó indiferente. Este, con aspecto de chonuco o lechón, sólo inspiraba la confianza necesaria para no huír de su lado, y la desconfianza para no compartir con él nada más que palabras.

-¡Esa calculadora es mía! ¡Tú la has encontrado, pero a mí me hace falta!
-Está bien, es tuya si la quieres - respondió Tracio.

El tahúr se revolvió incómodo en la silla, sabiendo que aun habiendo conseguido la calculadora, la razón no estaba de su parte, y el inesperado consentimiento de Tracio lo había hecho quedar no sólo como injusto vencedor, si no como perdonado por la víctima, haciendo doble su vergüenza.

-No puedes darme la calculadora, es tuya, tú la encontraste...
-No me hace falta.

Fue entonces cuando el tahúr sacó una cajita de su bolsillo. No era especialmente llamativa, pues su escasa decoración en la madera, no mostraba una naturaleza lujosa ni noble. Lentamente sacó una nota del interior del cofrecillo, y se la tendió a Tracio.

-Tracio, en esta hoja hay un nombre que te llevará a replantearte la vida tal y cómo la habías conocido hasta ahora. Nada volverá a ser lo mismo.

Nuestro hombre tomó el papel y lo sujetó con dos dedos, observando delicadamente lo que la tinta dibujaba.

TRACIOKHOV

-¿Qué es esto?-fue la única reacción de Tracio.
-Es tu destino y tu pasado, tu luz y tu sombra, tu Sugus y tu Phoskitos, la senda qué has de recorrer para saber quién eres.
-Pero ya sé quién soy...-empezó a balbucir Tracio.
-Sólo los muy valientes y sabios o los muy estúpidos creen saber quiénes son realmente.

Las dos sombras estaban inmóviles en la soledad del pasillo.

-Es un nombre, un apellido para ser más exactos. Es de lejos, del mar negro, de la zona donde la tierra se funde con el mar haciendo un collage de colores. Del fin de un mundo y el comienzo de otro. Ese nombre viene de Estambul.


Y hasta aquí el capítulo 1 de Tracio y el fin de la tierra (el amigo de un chonuco).

Espero que os haya gustado, y desde aquí le mando un saludo al protagonista de esta historia, que es mi hermano de armas. Él sabe que lo quiero. Y un beso a una lectora y por lo tanto amiga. Porque la he conocido y me ha hecho ilusión. Y otro beso a mi hermano Javi, por presentármela. Brindo por vosotros dos.

1 comment:

Anonymous said...

Muchas gracias campeon! quizas me animo y te envio el perfil :P